Los guardias: frustración y deseo de revancha
Hoy contemplamos a Jesús y los guardias: Mt 26,65-68: «Entonces el sumo sacerdote se desgarró las vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado” […] le escupieron en la cara y le golpearon […]».
No está claro quién realiza la acción; da la impresión de que sea el sanedrín, pero conviene pensar que se refiere más bien a los soldados, a los siervos del sanedrín, que, dado que Jesús ya no tiene dignidad, se desahogan con él (Lc 22,63-65 parece indicarlo con más claridad).
Entremos en este relato y preguntémonos quiénes son los hombres que abofetean, golpean, escupen, se burlan: «¡Adivina, Cristo!». «Si eres profeta, muestra de lo que eres capaz» (es la única vez que se usa el término Cristo en los evangelios). Jesús es escarnecido en el corazón mismo de su misión y el Padre es “escarnecido” en Jesús, en el don más precioso que hace al hombre.
Entonces, ¿quiénes son estos hombres? Son personas muy infelices, gente mal pagada, de vida pobre y miserable, gente que está levantada de noche sin saber por qué, que está a merced del que manda, de quien la hacer ir de aquí para allá; gente sin dignidad, cuya familia, si la tiene, está llena de dificultades. Gente que odia el oficio que desempeña, acostumbrada a ser maltratada por el que tiene el poder y, por consiguiente, necesitada de revancha. Con una sola vez que consigan el poder les basta para ejercerlo; es posible que hayan sido abofeteados o castigados injustamente muchas veces, y ahora se encuentran con un hombre con el que pueden tomarse la revancha, mostrar que son alguien, que tienen una dignidad.”
Son la naturaleza humana que hay en cada uno de nosotros, que alterna el servilismo obsequioso con la revancha contra el que nos parece menor que nosotros. La revancha tiene muchas formas solapadas: hay, por ejemplo, una revancha cultural (del que sabe hablar contra el que no sabe hacerlo), una revancha de la educación (del que tiene modales finos contra el que no los tiene); todo lo que sirve para mantenernos en un estado de superioridad. Estos hombres desahogan contra Jesús sus frustraciones, sus pesadísimas horas de guardia, su vida gris, sin futuro, siempre pendientes del peligro de que les pase algo.
¿Qué hace Jesús? Según el fragmento evangélico, Jesús ni hace ni dice nada; por ser el Hijo de Dios que nos ha sido dado, deja hacer.
Deseemos pedir en la oración entrar en el corazón del Señor crucificado y humillado: «Señor, ¿qué viviste en aquel momento, mientras te sentías abandonado de todos, mientras por fuera te negaban los apóstoles, nadie venía a dar testimonio a tu favor y en ese momento ya no eras nada para nadie?
Juan (18,23) refiere las palabras que dirigió Jesús a los que le golpeaban, palabras que nos ayudan a comprender el significado de su actitud: «Si he hecho mal, muéstramelo, pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?».
Es de nuevo formidable la llamada de Dios a la libertad humana: mira en ti mismo; ¿qué te está pasando, por qué haces eso? ¿Qué serie de frustraciones, de servilismos, de miedos, te han obligado hasta ese punto?
Jesús es la vulnerabilidad de Dios que se ofrece al hombre, como espejo de nuestra mezquindad, con el deseo de que el hombre se vea, tenga horror de sí mismo, y acepte la salvación que este ser humillado y torturado le ofrece con su silencio.
Es su vulnerabilidad lo que Dios me ofrece en cada uno de mis hermanos débiles que no saben reaccionar, que tal vez carecen, simplemente, de la presencia de espíritu que les permita responder a mis sarcasmos, a mis palabras amargas. Dios se ofrece a nosotros en Jesús para volver a sanarnos, se ofrece a nosotros en los hermanos para confundirnos y al mismo tiempo para liberarnos, para hacernos ver quiénes somos.”