En todo hombre hay un espacio de soledad que ningún vínculo humano puede colmar, ni siquiera el amor humano más fuerte. El que se niega a entrar en este espacio de soledad se pone en situación de rebelión, de rebelión contra los hombres e incluso contra Dios. Cristo te espera en la profundidad de tu ser, donde nadie se parece a nadie.
«YOUCAT – Tu libro de oración»
Esta mañana recordamos las palabras del Papa Benedicto:
Jesús, el Señor,
que murió por los pecados de todos,
desea entrar en comunión con cada uno de vosotros,
llama a la puerta de vuestro corazón para daros su gracia.
Id a su encuentro en la santa Eucaristía,
id a adorarlo en las iglesias
y permaneced arrodillados ante el sagrario:
Jesús os colmará de su amor
y os manifestará los sentimientos de su Corazón.
BENEDICTO XVI
Súplica
Señor, Jesús,
vengo a adorarte,
vengo a encontrarme contigo en la Eucaristía,
vengo a que tu encuentro cambie mi “corazón” y así cambie mi vida,
Vengo a que me ayudes a ver con “tus ojos” a cuantos me encuentro en el camino de la vida
Y así crearé alrededor mío la fraternidad de los hijos de Dios.
Vengo a suplicare que en verdad celebre tu Eucaristía y comulgue de ti.
Unos cristianos que no entendieron la Eucaristía:
los corintios
Señor hoy vengo, estando contigo, a ponerme ante los ojos a unos cristianos que no entendieron de verdad la Eucaristía: tu vida entregada y resucitada, dada a nosotros.
La Eucaristía podemos celebrarla no como a nosotros nos parezca o convenga sino como Jesús quiere.
El problema de querer celebrar la Eucaristía como a nosotros nos convenga y no como Jesús nos la dio, se presentó muy pronto. Surgió ya en las primeras comunidades cristianas, y Pablo es su testigo. Su respuesta es muy dura (1 Co 11, 17- 34), pero aclara muchas cosas y nos puede hace pensar.
Corinto es una ciudad de Grecia, puerto de mar, ya muy poblada entonces, llena de templos dedicados a dioses y diosas paganos, de muy mala fama en cuanto a sus costumbres morales. Pablo había ido a predicar allí y fundó una comunidad cristiana hacia el año 49-50. Al cabo de unos cinco años les escribe esta carta, que, por tanto, es uno de los primeros escritos del Nuevo Testamento, anterior a los evangelios.
Los cristianos de Corinto no debían ser muchos, y los que había eran de diversa condición social y cultural: unos ricos y otros pobres, unos provenientes del paganismo y otros del judaísmo, unos cultos y «liberados» en su conciencia, y otros más sencillos y «escrupulosos»: Pablo les llama «fuertes» y «débiles» .
Cada domingo se reunían para celebrar la Fracción del Pan, la Eucaristía. Lo harían en casa de algún cristiano rico que pudiera ofrecer una sala suficientemente capaz, porque naturalmente no había iglesias. Primero parece que cenaban normalmente, trayendo cada uno su comida y bebida. Al final de la cena, como había hecho Jesús con sus apóstoles, realizaban los signos eucarísticos de partir el pan y beber la copa de vino, con la convicción gozosa de estar participando del Cuerpo y de la Sangre del mismo Señor Resucitado
Así lo dice claramente S Pablo:
“El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.” (1 Co 10,16-17).
Pero algo se ve que no funcionaba allí, porque Pablo les dice que lo que ellos celebran no es la Eucaristía. ¿Dónde estaba el fallo?
Los primeros que llegaban, probablemente los más acomodados, que no estaban sujetos al horario del trabajo, no esperaban a los más pobres, que llegaban cuando podían, sino que empezaban a cenar por su cuenta. Más aún: los ricos habían podido traer abundante comida y bebida, de modo que se hartaban y hasta se emborrachaban, sin invitar a los que además de haber llegado más tarde no habían podido traer nada, o apenas nada, de comida y bebida:
«oigo decir que cuando os reunís en asamblea formáis bandos …
cada uno se adelanta a comer su propia cena y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha».
La acusación de Pablo es enérgica:
«¿no tenéis casas para comer y beber?
¿o es que despreciáis a la comunidad de Dios y avergonzáis a los que no tienen?». ( 1 Co 11, 21ss)
El pecado de los corintios no va dirigido contra la celebración ritual de la Eucaristía, sus oraciones o sus signos, ni contra Cristo, dudando de su divinidad.Sino que era un pecado contra la caridad: despreciaban a la comunidad y humillaban a los pobres, dejándolos en su debilidad. No les esperaban ni compartían con ellos lo que tenían para cenar, y eso producía una clara discriminación e injusticia.
Eso sí, después de esa cena tan dispar, todos a una se disponían a celebrar al Eucaristía, repitiendo los gestos y las palabras del Señor en su última cena.
¿Puede haber Eucaristía sin fraternidad?
Pero Pablo no se deja engañar porque ritualmente se celebre bien la Eucaristía. Y les grita:
«eso que hacéis no es comer la Cena del Señor».(1 Cor 11, 20)
Eso no es Eucaristía. Tal como la pensó Cristo, la Eucaristía apunta también necesariamente a la caridad mutua.
¿Por qué? El razonamiento de Pablo es muy claro. No argumenta diciendo, por ejemplo, que la caridad es el primer mandamiento, o que deben dar buen testimonio ante la sociedad corintia para que vayan agregándose otros a la comunidad. Argumenta a partir de lo que hizo y dijo Jesús en la última cena. Cosa rara, porque en sus cartas Pablo no suele hablar de la vida de Cristo. Pero esta vez sí: porque les quiere demostrar que lo que pensó Cristo y lo que hacen en Corinto no tienen ningún parecido.
¿Cuál fue la idea de Jesús al instituir la Eucaristía?:
«El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi Cuerpo que se da por vosotros:
haced esto en memoria mía». (1 Co 11, 23 ss)
El pan de la Eucaristía es sacramento, signo memorial de la entrega de Cristo por todos. Cristo, el disponible, el para los demás, el totalmente «por vosotros». Lo mismo el vino:
«Esta copa es la nueva alianza en mi Sangre … haced esto en memoria ». (1 Cor 11, 25)
La lección es seria. Si unos cristianos no están en actitud de caridad y apertura hacia los demás, no pueden celebrar tranquilamente la Eucaristía.
Pero ¿cómo pueden este pan y este vino ser un signo de la entrega total de Cristo por los hombres, si no hay tal entrega en los que se reúnen para celebrar su memorial?
¡Vaya celebración de la entrega de Cristo si la hacemos despreciando a los demás y desinteresándonos de ellos!
¿Qué diría Pablo de muchas Eucaristías nuestras, de muchas comunidades cristianas que se reúnen para la misa, pero no se preocupan para nada de las necesidades del hermano, de las injusticias y situaciones dé discriminación que tal vez se dan muy cerca de ellas? ¿qué pensaría de las misas que no van haciendo crecer para nada la fraternidad?
«vuestras reuniones os hacen más mal que bien … quien coma el pan
y beba el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. .. come y bebe su propio castigo». (1 Cor 11, 17. 26.29)
Volvería a decirles que no han entendido lo que es la intención de Cristo. Aunque celebren con cantos y luces y flores y palabras solemnes, si falta la caridad con el hermano, mal pueden celebrar lo que quiso Cristo. Su actitud es diametralmente opuesta a la de El. La Eucaristía está pensada como el memorial del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada: el sacramento en el que, con los entrañables símbolos del pan y del vino, se significa y actualiza cada vez su entrega en la Cruz por todos. Por tanto, una comunidad no «entregada» al hermano no puede celebrar bien la Eucaristía.
Pues bien, para Pablo, celebrar la Eucaristía despreciando a la comunidad y dejando en ridículo a los pobres que hay en ella, no es celebrar la «Cena del Señor», es un anti-memorial, en vez de un memorial.
Pero sus palabras van más lejos:
Es una interpelación seria, dirigida a la comunidad eucarística y a cada cristiano ya desde hace dos mil años.
Al que están despreciando es al mismo Cristo, porque los hermanos son miembros suyos. Es como si le volvieran a matar: son reos de su Cuerpo y de su Sangre. Y entonces, en vez de comer su salvación, están comiendo su propio juicio.
Pablo termina exhortándoles a que corrijan ese abuso y esa situación. La Eucaristía debe hacerles recapacitar y moverles a que se restablezca la caridad fraterna en sus reuniones:
«cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros». (1 Co 11, 33)
Hay que acoger al hermano, compartir con él la cena.
Así la Eucaristía será auténtica Eucaristía y no una farsa.
Medito todo el texto anterior y examino:
Cómo vivo la Eucaristía, cómo la vive mi comunidad, qué puedo hacer para que lo que hacemos sea “comer la cena del Señor”