En todo hombre hay un espacio de soledad que ningún vínculo humano puede colmar, ni siquiera el amor humano más fuerte. El que se niega a entrar en este espacio de soledad se pone en situación de rebelión, de rebelión contra los hombres e incluso contra Dios. Cristo te espera en la profundidad de tu ser, donde nadie se parece a nadie.
«YOUCAT – Tu libro de oración»
En la espera con María
Preparemos los caminos
– ya se acerca el Salvador –
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a liberarnos,
ven, tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
él es nuestra salvación.
Meditación/Dialogo con el Señor
¿Espero que venga a mi vida el Señor? ¿En qué aspectos de mi vida lo espero?
¿Espero que llegue el Señor a mi familia y mi sociedad? ¿En qué aspectos de mi familia y mi sociedad espero que el Señor llegue?
¿Espero que venga al Señor a la Parroquia? ¿En qué aspectos de la vida de la Parroquia espero que el Señor venga?
Suplicamos a María
Ruega por nosotros,
Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros,
esperanza nuestra
Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.
Madre de los hombres,
de la mar la estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.
Eres, Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.
Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna. Amén
Repetimos en nuestro interior esta súplica y la hacemos nuestra
Contemplamos a Maria
El Papa Francisco nos invita a contemplar a Maria, en su Exhortacion Apostolica “La alegra del Evangelio” (24 noviembre 2013):
María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura.
Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza.
Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia.
Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno.
Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.
A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica.
Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano , con lo cual manifiestan su fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios.
Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego,(en Méjico) María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: « No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”
(EG 286)
Medito estas palabras del Papa escuchando sobre todo lo que dice de Maria cuando afirma “ella es…” y me pregunto: ¿vivo esta realidad de María?
Rezo a María
En la invitación a la santidad que el Papa hace a la Iglesia entera, por su Exhortación Apostólica “Alegraos y regocijaos”, ( del 19 de marzo de 2018) dice dice der Maria
Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».
Ahora en silencio, repetimos a Maria esta hermosa oración (el “Ave María” que contiene las palabras del ángel cuando anuncia a Maria la misión que Dios le ofrece y las palabras de unos cristiano cuando es “declarada” “madre de Dios”.