Señor, hoy vengo a pedirte para este año…

En todo hombre hay un espacio de soledad que ningún vínculo humano puede colmar, ni siquiera el amor humano más fuerte. El que se niega a entrar en este espacio de soledad se pone en situación de rebelión, de rebelión contra los hombres e incluso contra Dios. Cristo te espera en la profundidad de tu ser, donde nadie se parece a nadie.

«YOUCAT – Tu libro de oración»

Súplicas

Este mundo del hombre, en qué él se afana
tras la felicidad que tanto ansía,
tú lo vistes, Señor, de luz temprana
y de radiante sol al mediodía.

Señor, somos buscadores de felicidad
pues nos has hecho para Ti.
Te suplico que ilumines
mis pasos,
mis decisiones
y mis intenciones de este día.

Así el poder de tu presencia encierra
el secreto más hondo de esta vida;
un nuevo cielo, y una nueva tierra
colmarán nuestro anhelo sin medida.

Señor, anhelo, deseo un mundo mejor.
Te pido
que este anhelo se me mantenga
este año que comienza.

Poderoso Señor de nuestra historia,
no tardes en venir gloriosamente;
tu luz resplandeciente y tu victoria
inunden nuestra vida eternamente. Amén.

Señor, ven a nosotros,
Que sepamos acoger tu compañía
en el camino de esa vida.
Que Tu estés en nosotros siempre.

Señor hoy vengo a pedirte para este año

1º –  que sea pobre de corazón
2º – que me apoye en Ti, Dios vivo y verdadero
3º – que viva la paz y la paciencia
4º – que supere la agresividad y el egoismo
5º – que me alegre del bien de otros
Así vamos a meditar algunos párrafos de la Exhortación “Alegraos y regocijaos” del Papa Francisco

1º – Pobre de corazón
67. El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del rico insensato, de ese hombre seguro que, como necio, no pensaba que podría morir ese mismo día (cf. Lc 12,16-21).
68. Las riquezas no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.
69. Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella «santa indiferencia» que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior: «Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás».
70. Lucas no habla de una pobreza «de espíritu» sino de ser «pobres» a secas (cf. Lc 6,20), y así nos invita también a una existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles, y en definitiva a configurarnos con Jesús, que «siendo rico se hizo pobre» (2 Co 8,9).

(Vuelvo a leer el texto anterior , pensando en mi vida)

2º – Que me apoye en ti, Señor
112. La primera de estas grandes notas es estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo. A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien. Es la fidelidad del amor, porque quien se apoya en Dios (pistis) también puede ser fiel frente a los hermanos (pistós), no los abandona en los malos momentos, no se deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás aun cuando eso no le brinde satisfacciones inmediatas.

(Vuelvo a leer el texto anterior, pensando en mi vida)

3 – Vivir la paz y paciencia
113. San Pablo invitaba a los romanos a no devolver «a nadie mal por mal» (Rm 12,17), a no querer hacerse justicia «por vuestra cuenta» (v.19), y a no dejarse vencer por el mal, sino a vencer «al mal con el bien» (v.21). Esta actitud no es expresión de debilidad sino de la verdadera fuerza, porque el mismo Dios «es lento para la ira pero grande en poder» (Na 1,3). La Palabra de Dios nos reclama: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad» (Ef 4,31).

(Vuelvo a leer el texto anterior, pensando en mi vida)

4º – Superar la agresividades y el egoismo
114. Hace falta luchar y estar atentos frente a nuestras propias inclinaciones agresivas y egocéntricas para no permitir que se arraiguen: «Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira» (Ef 4,26). Cuando hay circunstancias que nos abruman, siempre podemos recurrir al ancla de la súplica, que nos lleva a quedar de nuevo en las manos de Dios y junto a la fuente de la paz: «Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones» (Flp 4,6-7).116. La firmeza interior que es obra de la gracia, nos preserva de dejarnos arrastrar por la violencia que invade la vida social, porque la gracia aplaca la vanidad y hace posible la mansedumbre del corazón. El santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata, porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera como superiores a uno mismo (cf. Flp 2,3).

(Vuelvo a leer el texto anterior, pensando en mi vida)

5º – Alegrarse del bien de los otros
117. No nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esa es una sutil forma de violencia. San Juan de la Cruz proponía otra cosa: «Sea siempre más amigo de ser enseñado por todos que de querer enseñar aun al que es menos que todos». Y agregaba un consejo para tener lejos al demonio: «Gozándote del bien de los otros como de ti mismo, y queriendo que los pongan a ellos delante de ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. De esta manera vencerás el mal con el bien y echarás lejos al demonio y traerás alegría de corazón. Procura ejercitarlo más con los que menos te caen en gracia. Y sabe que si no ejercitas esto, no llegarás a la verdadera caridad ni aprovecharás en ella».

(Vuelvo a leer el texto anterior, pensando en mi vida)

 

Señor, Dios mío, estoy alegre

Señor, Dios mío:

como el pez que no puede vivir sin agua,
yo no puedo vivir sin ti.

Tú me has creado,

y tú me mantienes con vida.

Vengo hoy hasta ti para darte gracias

por la vida que no dejas de concederme.

Vengo a ti para darte gracias

y decirte cuánto amo la vida.


Estoy contento de vivir,

aunque no comprenda,

me quede inmóvil

y no sepa dónde estoy.


Estoy contento sobre todo de ser hijo tuyo,

de llevar en mí el aliento de la vida divina,

tu Espíritu Santo.

Tú quieres vivir en mí,

habitar en mí.


Te doy gracias de todo corazón

por este honor que me haces,
por esta alegría. Amén.