En todo hombre hay un espacio de soledad que ningún vínculo humano puede colmar, ni siquiera el amor humano más fuerte. El que se niega a entrar en este espacio de soledad se pone en situación de rebelión, de rebelión contra los hombres e incluso contra Dios. Cristo te espera en la profundidad de tu ser, donde nadie se parece a nadie.
«YOUCAT – Tu libro de oración»
Rezar la señal de la cruz
En el nombre del Padre,
que nos ha creado,
y que nos ama,
y que nos guarda por la eternidad,
y del Hijo,
en quien Dios se entrega
para salvar mi vida y mi cuerpo,
al mundo y su sufrimiento,
hasta los infiernos,
y del Espíritu Santo,
en la unidad del Padre y del Hijo,
que nos consuela y nos guía,
que nos une los unos a los otros y con él,
en el poder de su resurrección.
Ilumina mi espíritu,
mis pensamientos,
mi inteligencia y mi razón,
y alumbra mi mirada,
llena mi cuerpo
con tu santa presencia,
despierta en mí las fuerzas de tu creación,
y del Espíritu Santo, del que es la morada,
guía mis manos
para que sean libres
por la mano de Dios que tú le tiendes,
y para la obra que tú me confías.
Para que todo lo que soy, y todo lo que tengo,
todo lo que hago, y todo lo que deseo,
sea ofrecido por ti, y en tu nombre,
para gloria tuya, y salvación de los hombres.
Amén.
GEORG LENGERKE
Deja hablar a Dios.
Orar significa también escuchar la voz de Dios.
Las palabras más claras de Dios son las de la Sagrada Escritura que la Iglesia anuncia cada día en la Eucaristía..
Habla también Dios a través de la tradición de la Iglesia y del testimonio de los santos.
Habla también –a menudo de manera oculta– en el corazón de cada persona, por ejemplo, a través del juicio de tu conciencia o a través de una alegría profunda.
La palabra de Dios en la Escritura hace audible la palabra de Dios en el corazón, y le da una voz.
Habla Dios también en la vida de los otros con quien convivo. ¿qué me piden? ?qué esperan de mi?
Habla Dios en su Iglesia … ¿Cómo vivir para que la Iglesia lo que Jesús hace de ella: el lugar d la salvación de Dios?
Habla Dios en mi vida… mis tristezas, mis alegrías… mi esperanza… mis cansancios…
Deja que Dios tome la palabra cuando oras. Familiarízate con ella, estate atento a ella para ser capaz de distinguir su voz entre las demás voces, y aprende a reconocer su voluntad.
Nos lamentamos porque Dios no se manifiesta en los minutos que le consagramos.
Pero ¿qué ocurre con las veintitrés horas y media en que Dios llama a nuestra puerta y en las que nosotros le respondemos: «Lo siento, tengo mucho que hacer»?
¿Estoy escuchando cada día al Señor?
¿Le dejo hablarme?
¿Dónde me está hablando?
Señor, Tú me conoces
Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco. […]
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras:
mi alma lo reconoce agradecida. […]
tus ojos veían mi ser aún informe,
todos mis días estaban escritos en tu libro,
estaban calculados antes de que llegase el primero. […]
Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.
SALMO 138 (hebreo 139)
¡¡Señor, estoy en tus manos, gracias!!
Y te busco siempre
Nos has hecho para ti
y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en ti.
Tuya es la luz del día,
tuyas las tinieblas de la noche.
Tuya la vida, tuya la muerte.
Concédeme dormir en paz,
bendice el día que ha de venir,
y concédeme despertar para celebrar tu gloria.
SAN AGUSTÍN
¡¡Señor, te estoy buscando siempre!!
Y hoy te pido que me des tu luz para vivir de tu verdad
Dios mío,
no hago lo que quiero,
y hago lo que no quiero.
Dejo todo para después, no consigo decidirme.
Cada vez, es demasiado tarde, y está ya decidido,
sin que haya decidido yo mismo.
No dirijo mi vida, sino que me dejo llevar como atado a una correa
y no sé por quién, ni dónde me llevan.
Te pido que me concedas, tu Espíritu Santo,
tu luz para discernir:
Lo esencial de lo secundario
el bien del mal,
la verdad de la mentira,
lo verdadero de lo falso,
la sensación del sentimiento,
a ti, Dios mío del “Dios” que me fabrico,
tu voz de las otras voces,
tu gloria de la pompa del “adversario” (satanás),
lo que sirve a tu reino de lo que lo obstaculiza,
lo que me une a ti de lo que separa de ti,
lo que poseo de lo que me posee,
tu juicio de mi propia apreciación,
tu misericordia de todo lo que me disminuye
tu constancia del endurecimiento de mi corazón,
lo imperecedero de lo perecedero,
lo último de lo anteúltimo,
el cielo que tú me das del que yo me fabrico.
Haz que rechace las voces que quieren hacerme creer que no se puede distinguir una entre las demás.
Concédeme la buena voluntad y la capacidad,
la fuerza, la confianza y la fidelidad,
de decidirme bien, y de hacer la opción
de la misión que tú me has confiado,
que, con los míos, nos conduce hacia ti todo recto.
Amén.